Hugo Caicedo, el caleño en las grandes ligas de Harvard y de MIT

Es PHD en ingeniería biomédica y culminó un fellowship en altos estudios. Habla de covid y racismo.

Es usual encontrarse a Hugo Caicedo en la escuela de Medicina o en la de Negocios de Harvard. También se le ve en el campus de Massachusetts Institute of Technology (MIT) o al final de un documento científico, firmado de manera conjunta con uno de los decanos asociados de Harvard y con Daniel Hashimoto, director asociado del Hospital General de Massachusetts, como el que se publicó hace dos semanas en la prestigiosa revista Nature Biotechnology.

Para llegar hasta allí, con apenas 40 años, Caicedo ha tenido que recorrer un largo camino –poco conocido en Colombia– lleno de reconocimientos y satisfacciones, pero también de obstáculos.

“Yo soy producto de un proceso de resistencia, de superación, de perseverancia, iniciado por mis ancestros hace mucho tiempo”, dice, cuando se le pide que se autodefina.

Y admite que tener tres letras más en su nombre (Ph. D.) le ha servido como dique contra la discriminación, por ser un afrocolombiano, y también, estar en las grandes ligas científicas.

Caicedo, hoy en Boston, aceptó hablar con EL TIEMPO de sus raíces, su carrera, del racismo en Estados Unidos y en Europa, de su futuro y, por supuesto, del covid-19.

Su familia es de Barbacoas, un pueblo de Nariño que vive a 28 grados de temperatura y que con frecuencia es noticia cuando se inunda o cuando grupos ilegales se enfrentan en sus goteras.

Linaje indígena

“Solo fui una vez, cuando era niño. Fue un contraste grande ver dónde crecieron mis padres. Una de las historias que allí se cuenta es que una niña indígena fue encontrada por cazadores negros en zona selvática de Barbacoas. Creció en la aldea, un poco confundida por su identidad, pero compenetrada con la comunidad. Tuvo un hijo, Sangre de Cristo, y es el abuelo de mi abuelo, Virgilio Quiñónez. El papá de Alipia Angulo Quiñónez, mi mamá. Así que tengo linaje indígena”, señala con orgullo.

Sus padres migraron a Cali para buscar oportunidades y allí Caicedo logró ingresar a un colegio público y entrar a la Universidad del Valle a estudiar Ingeniería Electrónica.

“Mi padre trabajó como obrero de las empresas públicas de la ciudad y mi madre era modista, pero luego se dedicó a cuidar de los hijos”, recuerda.

En lo académico, tú vives como en una burbuja, al lado de personas que han trascendido y que se basan en la evidencia, valoran la contribución de los demás y eso es lo que califica al individuo

Y de inmediato salta a su vida profesional. No tiene duda de que su trabajo de grado, hecho con su compañero Gildardo Salgado, fue el primer paso a lo que es hoy.

Cuando estaba finalizando la carrera se empezó a interesar en la aplicación de la ingeniería en la medicina y empezó a tener interacción con los cardiólogos del Hospital Universitario del Valle. De allí surgió la idea de desarrollar una interfaz para el manejo de pacientes con problemas cardiacos.

“No teníamos entrenamiento ni conocimiento de medicina y nos tocó aprender la parte básica de cardiología. Creamos algo nuevo: los doctores creían que no iba a funcionar, y funcionó”, dice.

Hugo Caicedo

Ahora, el doctor Caicedo delínea el siguiente paso en su carrera. La industria farmacéutica lo llama, pero también Colombia, que ya tiene un Ministerio para la Ciencia y la Tecnología.Foto:

Archivo ParticularEl gran salto

El proyecto de grado fue un éxito y tuvo repercusión. Pero Caicedo se volvió famoso cuando le robaron el aparato desarrollado en la tesis, al regresar de Neiva –en un bus municipal– de mostrar sus resultados.

“Me quedé dormido y se lo llevaron. Esa fue la primera vez que tuve interacción con los medios. Salí pidiendo que nos devolvieran el aparato. A los tres meses, alguien me llamó, me dijo que vieron la noticia, que no querían problemas y lo regresaron”, recuerda.

Apenas se graduó, en 2006, aplicó a la escuela doctoral en Estados Unidos, y lo aceptaron en la Universidad de Illinois en Chicago para estudiar Ingeniería Eléctrica. Pedro Prieto, uno de los físicos más reconocidos del país y a quien considera su mentor, lo impulsó a hacer el doctorado sin tener siquiera maestría.

“Me dijo que era bueno y que tenía posibilidades, y quedé. Yo no era bilingüe. Estudié en colegio y en universidad públicos. Llegué con el inglés del instituto al que iba en las noches, y no es lo mismo. Lo pude evidenciar en Estados Unidos”, dice con una honestidad que suena a lección.

Y define ese aterrizaje como un “choque tenaz”.

Cuando llegó al aeropuerto de Chicago no entendía el inglés que se hablaba y le dio tanto temor que pensó que su situación iba a ser muy complicada.

“Le voy a ser honesto. En algún momento creí que me iba a tener que retirar. No solo por el inglés, sino porque me cambió la vida: idioma, clima, gente, y descubrí que la carrera no era lo que quería”, continúa diciendo mientras repasa su vida.

Solo hasta el año siguiente se pudo pasar a Ingeniería Biomédica con énfasis en biotecnología. Por fortuna, la beca le cubría todo: un año costaba 26.000 dólares y le daban una mensualidad para pagar un arriendo y la comida.

Llegó a vivir en el apartamento de una amiga, egresada de la Universidad del Valle. Y aunque le significaba algún tipo de seguridad, decidió que para mejorar su inglés debía irse con gente que no hablara español.

“No veía televisión en español, solo hablaba con la familia una vez a la semana y pude hacer amigos. A veces hay que renunciar a algunas cosas para lograr otras”, señala.
El doctorado duró seis años. Y la tesis no es fácil de explicar: “Fue en el campo de la neurobiología: diseño de dispositivos microfluídicos para mejorar los estudios experimentales con células neuronales, que podían recapitular estados de enfermedad como el alzhéimer o el párkinson”.

Como parte de esos estudios hizo una estancia predoctoral en Francia, en la Universidad Pierre y Marie Curie, y cuando regresó a Chicago ya tenía una oferta de una beca posdoctoral en Tecnología, Ciencia y Salud de la Escuela de Medicina de Harvard en una unidad conjunta con MIT.

¿Un ingeniero en la Escuela de Medicina?

Su respuesta a esa pregunta es sí. Porque son tareas interdisciplinarias para intentar resolver problemas desde diferentes ángulos: “Lo que se necesita es entrenamiento en las ciencias biológicas, y yo lo tenía de mi doctorado. Allí hay físicos, ingenieros, expertos en ciencias biológicas…”.

No soy el prototipo de científico que la gente cree. Me encanta jugar fútbol, bailar salsa, escuchar música del pacífico y el hip hop

La burbuja y el racismo

Justo después de ser admitido lo contrataron en Janssen, la división farmacéutica de Johnson & Johnson. Consideró que era el paso adecuado para trasladar sus investigaciones a algo práctico y no dudó en aceptar.

La academia me ofrecía básicamente quedarme a hacer investigaciones y publicar artículos: yo quería ver cómo el producto de las investigaciones se podía convertir en medicamentos, con impacto en la salud de la gente y acepté la oferta de Janssen. La decisión no fue difícil porque, por suerte, había un convenio con Harvard y podía seguir colaborando con la universidad. Estuve con la farmacéutica 4 años, desde 2013, me mudé a vivir a Filadelfia y viajaba continuamente a Boston. Realmente, el posdoctorado es para quienes quieren seguir una carrera académica y ese no era mi camino”, cuenta.

Y admite que tiene dos vidas.

“No soy el prototipo de científico que la gente cree. Me encanta jugar fútbol, bailar salsa, escuchar música del pacífico y el hip hop. Pero no es algo usual en mi profesión: esas actividades no son compatibles, por eso tengo de desarrollarlas en otro escenario”, dice con una sonrisa.

A esa otra vida pertenecen Chiqui (su perro pomerania) y Nino, su gato: “Nino no sé qué raza es. Pero es independiente, egoísta e interesado, tiene aspectos muy humanos. En ocasiones me visita en mi estudio, me mira fijamente y me tiende su mano”.

Ahora, está a punto de culminar el fellowship en estudios avanzados en MIT que inició en 2018, en la convergencia de innovación y estrategia de la industria farmacéutica. Además, sigue con colaboraciones con la Escuela de Medicina y la de Negocios de Harvard y con el cofundador del MIT Media Lab.

Su carrera es impresionante, sin embargo, no lo ha eximido de una prueba que hoy el mundo rechaza: el racismo.

He sentido la discriminación por ser colombiano y negro, incluso en Francia. En Estados Unidos se ha complicado la discriminación racial, incluidos asiáticos y mexicanos. En lo académico, tú vives como en una burbuja, al lado de personas que han trascendido y que se basan en la evidencia, valoran la contribución de los demás y eso es lo que califica al individuo”, asegura.

Y agrega: “Pero en la calle, cuando no saben quién eres y sales de esa burbuja, de la zona segura, solo ven la diferencia racial. Y comienzan los prejuicios”.

Admite, en todo caso, que tener esas tres letras más en su nombre (Ph. D.) sienta un precedente, y cuando menciona MIT y Harvard creen que ya pasó varias capas de aprobación: “Pero ser afrocolombiano te obliga a estar en un estado de alerta permanente”.

Ahora, el brillante caleño está explotando opciones en Estados Unidos para regresar a la industria, aunque le interesa Colombia y el logro de que se haya creado finalmente un Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación: “Es interesante volver al país a crear valor”.

En cuanto al covid-19, la pregunta obligada, dice que sus consecuencias demuestran la mentalidad reactiva que tiene el mundo en sus sistemas de salud.
Y lo resume en una frase reflexiva: “Mientras mandamos aparatos al espacio y se habla de inteligencia artificial llega el organismo más primitivo (un virus) y paraliza al mundo”.

Pero en un enfoque positivo –que parece marcar toda su vida– asegura que la pandemia es una presión para la ciencia, que se ha dedicado a buscar soluciones sintomáticas, y no a los diagnósticos preventivos, que es lo que plantea el documento que publicó hace un par de semanas con otros expertos.

Por ahora, Caicedo planea seguir desarrollando y planteando paradigmas, y bailando salsa colombianaLa publicación en ‘Nature Biotechnology’

Superar las barreras para la intervención temprana de la enfermedad. Ese es el título de la publicación en Nature Biotechnology, del 22 de marzo pasado, en la que aparece como autor Hugo Caicedo, con Julio Caicedo, Daniel Hashimoto (director asociado del Hospital General de Massachusetts); Gary Pisano, profesor asociado de la Escuela de Negocios de Harvard; y Alez Pentland, cofundador de MIT Media Lab.

El artículo habla de la identificación temprana de pacientes con riesgo de desarrollar ciertas enfermedades. “El sistema de salud –dice Caicedo– es reactivo. Se concentra en cuidar la enfermedad, no de la salud. Esperamos a que la gente muestre síntomas y los asociamos a ciertas enfermedades”.

asegura que enfermedades crónicas como diabetes tipo 1, cáncer o alzhéimer no comienzan de un día para otro, sino que se desarrollan por décadas. Pero ya es posible identificar individuos asintomáticos que van a ser luego en pacientes.

“No todos desarrollan la enfermedad, pero otros sí tienen marcadores progresivos”, explica.Los logros de sus hermanos

Julio, el hermano de Hugo Caicedo, quien también participó en la publicación en Nature Biotechnology, es experto en recubrimientos duros de biomateriales y es uno de los 10 profesores más publicados en el mundo en ese campo.

Olga, su hermana mayor –el modelo a seguir, como él le dice–, es bacterióloga y actual directora de un banco de sangre en la ciudad de Ibagué. Los tres tienen estudios de doctorado y han sido postulados a varios premios por la labor científica y académica que cada uno realiza en su campo de acción respectivo. Y los tres –gracias a sus padres, Alipia y Héctor– han sido destacados nacional e internacionalmente.

Entre otros reconocimientos les figura el de Afrocolombianos del Año y medallas al mérito cívico, otorgados por el gobierno central y por la alcaldía de Cali. Sin embargo, siguen manteniendo bajo perfil y la magia de ser una familia de triunfadores.

UNIDAD INVESTIGATIVA
u.investigativa@eltiempo.com

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