La historia apunta que la comida ha sazonado los tálamos de los amantes de todas las latitudes. Fresas, zarzamoras y champagne nunca faltaron, por ejemplo, en las orgías organizadas por Paulina, la hermana de Napoleón Bonaparte. El caviar y el vodka, a su vez, aliñaron las noches de licencia y libertinaje de Catalina de Rusia. Colombia, con su rico acervo gastronómico, no se podía quedar atrás: desde huevos de iguana hasta el tímido banano, pasando por el mefítico alacrán, se consumen en esta región para colmar la concupiscencia. Muchas viandas, en el país del sagrado corazón, han pasado al podio de los afrodisiacos por múltiples razones: forma, sabor, composición química, etc. Esta multitud de alimentos, sin embargo, han marginado a la legendaria fritanga de su cónclave (quizás por arribismo o por simple envidia).  El presente escrito busca, por lo tanto, rescatar este plato del ostracismo en el que lo hundieron sus cofrades.

¿Quién niega la sensualidad de la fritanga? La sicalíptica rellena, negra y sudorosa, reposando sobre el enhiesto chorizo y sobre la pornográfica longaniza, y todos ellos pernoctando sobre un colchón de voluptuosas papas criollas. ¡Nada más sensual! ¿Qué me dicen, además, de los lugares en los que este manjar se sirve? Pastizales y potreros con insinuantes matorrales; o las eróticas plazas de mercado con sugerentes bultos de papás o tentadores atados de arvejas tendidas en cochambrosos tierreros. Esta delicia es servida -como si fuera poco lo anterior- por mujeres de miradas pícaras y prominentes vientres. Esta comida se acompaña, finalmente, con litros de inspiradora cerveza o en su defecto, de milenario guarapo.  ¿Por qué, me pregunto, nadie ha notado la eroticidad de este plato? Pero la forma es sólo uno de los elementos que muestran los poderes voluptuosos de la fritanga. Quienes hemos tenido la oportunidad de gozarla sabemos que después la ingesta de un kilo de ella nos llega a la mente, cual obsesión freudiana, una cama, un chinchorro, un potrero o cualquier lugar donde podamos recostarnos. ¿Acaso los camarones producen ese efecto? No. ¿El banano, con su fálica fisonomía, causa esto? No. ¿Acaso el raro caviar y el flamígero Vodka engendran tan hermoso efecto? No. Yo diría, además, que no solo la neurosis que llamaré de camastro sino el contexto son, por sí mismos, elementos suficientes para elevar a la fritanga en la cumbre de los afrodisiacos, razón por la que me abstendré de enumerar sus cualidades clínicas o sus virtudes sensoriales.

ASOMECOS AFRO

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