Lo que muchos consideran hoy una moda o distinción exótica de la raza, no es más que la resistencia de miles de personas.

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Por: Adriana Díaz

Colombia es el segundo país en Latinoamérica con mayor población afrodescendiente después de Brasil; sin embargo, es esta una de las comunidades que vive con mayores tasas de desigualdad social en todas las regiones. La discriminación, aún en el presente siglo, se extrapola a todos los ámbitos. Desde las áreas más prescindibles para la vida digna como seres de iguales condiciones, hasta la conservación de las tradiciones estéticas del cuerpo.

Así las cosas, las conversaciones alrededor del cabello rizado o afro, se han puesto sobre la mesa desde hace un par de años, en distintos escenarios internacionales. Lo que muchos consideran hoy una moda o distinción exótica de la raza, no es más que la resistencia de miles de personas que han tenido que sobrellevar la estigmatización por su cabello, siendo obligadas por su trabajo, presión social, críticas o rechazo, a alisar con productos químicos las raíces que las vinculan directamente con su propia cultura.       

El cabello afro era de suma importancia para los negros esclavizados, con él se hacían caminos o mapas para guiarse al escapar de sus opresores y guardaban semillas de trigo para sembrar en sus territorios, por ello al verse obligados a cortar su cabello o a someterlo a tratamientos químicos para modificarlo se les robó su identidad.

Si bien estas manifestaciones no son nuevas, llevar el cabello afro es un acto político cuyo momento cumbre fue a finales de los años sesenta con el movimiento Black Power. También es necesario considerar que, aun en nuestros días, en el momento en que la persona decide dejar crecer su cabello natural y hacer lo que se ha considerado como “transición” se enfrentan a una serie de estigmas con los que aflora la conceptualización de belleza eurocentrista basada en estándares lejanos nuestra propia realidad.

En el Caribe y el Pacífico colombiano han surgido una serie de movimientos alrededor de la defensa de la identidad, que han tenido eco en todas las regiones del país, demostrando la unión que genera algo tan natural y sencillo como el cabello.

Entre ellos, el Colectivo Mata ‘e Pelo dirigido por Rayza de la Hoz, en la Guajira, quien, a través de la enseñanza de peinados ancestrales, los usos, significados y modelos de los turbantes afro, cuenta que el “término mata ‘e pelo surge de las expresiones propias de nuestras ancestras, que se referían al pelo afro cómo una gran mata (árbol), frondosa, incontrolable y rizada, que requería unos cuidados particulares por su condición crespa, abundante y diversa”.

También se destaca en Cartagena, Pelo Bueno a la cabeza de Cirle Tatis, ella manifiesta que “a las mujeres negras nos han convencido de que el cabello rizado o las trenzas son ‘pelo malo’, que se asocian con pobreza, con una inadecuada presentación personal, con la fealdad, el barrio bajo, con cosas despectivas. Nos obligan a alisarnos desde pequeñas, pero, no podemos negar que esa es una práctica colonial, una práctica de racismo colonial”.

Mientras tanto, desde el PacíficoGianna Ramos, asegura que “el auto reconocimiento es un camino individual, en el cual cada persona debe decidir a qué ritmo llevar su proceso. Llevar el cabello afro es una forma muy bella de ir en contra de los cánones de belleza, muchas mujeres asumen su cabello como un símbolo de lucha y firmeza que las representa y las conecta con sus raíces, pero para llegar a este nivel de aceptación han tenido que dejar de lado muchos temores e inseguridades impuestos por la sociedad”.

Está claro que no es necesario imponer el cabello afro o rizado como una muestra identitaria, no se trata de seguir una tendencia a ciegas, sino de haber encontrado un renacimiento desde lo propio, la libertad de explorar a plena voluntad todas las posibilidades que nos brinda nuestro cabello. 

POR: radionica.rocks

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