Salieron de su territorio y luchan por construir uno nuevo en la capital, pero ¿qué tan factible es?
Juliana Consuelo Prado Tenorio vive en una pequeña e improvisada casa en el sector de invasión Santa Bibiana, en Ciudad Bolívar. Sus ojos lucen cansados y tristes, su voz tiene un tono de esperanza. Es una afrodescendiente que se desplazó forzosamente a Bogotá hace siete años expulsada por la violencia irracional que se apoderó de Tumaco, el puerto del Pacífico con 23.148 hectáreas sembradas con coca, según el Sistema de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (Simci 2017).
Idelfonso Ibargüen, estudiante de derecho, también dejó el Pacífico, específicamente Andagoya, un pueblo minero del departamento del Chocó. Soñaba con prestar el servicio militar y regresar a trabajar en la próspera mina de oro y platino, como todos sus coterráneos, pero en 1994 migró a Bogotá. Hoy sonríe, él encontró nuevas oportunidades.
Estas son apenas dos caras de la población afro en Bogotá que sumó 112.443 habitantes, según datos del Departamento Nacional de Estadísticas (Dane); aunque la Encuesta Multipropósito de Bogotá, 2014, precisó que eran 115.088. En dos meses se conocerán los nuevos resultados de la encuesta y muy seguramente en su capítulo étnico los expertos confirmarán el crecimiento demográfico afro.
Juliana e Idelfonso viven en dos localidades distintas. La una hace parte de las 53.027* mujeres afro que habitan Bogotá, ella en particular en el sur. Idelfonso, estudiante de derecho, suma al grupo de 61.499* hombres y vive en el barrio Prados del Tintal, en la localidad Kennedy, en el centro.
Bosa, Suba, Ciudad Bolívar, San Cristóbal, Engativá y Kennedy son las seis localidades con mayor población afro. El 35 %* de ella está ubicada en los sectores que hacen parte del corredor sur – sur (Bosa y Ciudad Bolívar), lugares habitados por clases populares. La población se ubica mayoritariamente en los estratos socioeconómicos 1 y 2.
Juliana anhela tener un lugar propio, ha intentado adquirirlo infructuosamente, a través de programas del gobierno local.Foto:
Diana Pardo / El Tiempo
La razón de que vivan en el corredor sur – sur es que allí los arriendos son menos costosos. Pero la condición de Juliana, de 57 años de edad, es mucho más dura, pues luego de quedarse sin trabajo no tuvo cómo pagar arriendo y le tocó invadir una ladera en Santa Bibiana, organizar su casa y recibir a diez familiares más. Su vivienda es de láminas de zinc, fría, de piso rústico y sin acceso legal a los servicios públicos.
“Cuando llegué a Bogotá con mi nieta Dayana estuve durmiendo cuatro días en un parque de Soacha. Luego conocimos a un señor, don Jairo, quien nos prestó un cuarto por ocho días y después alquilamos un lugar pequeño. Comencé a trabajar en una fábrica de arepas pero tuve un accidente. Me echaron del trabajo porque decían que ya no les servía. No tenía cómo pagar el arriendo. Y por eso nos vinimos para acá”, cuenta Juliana.
Ella salió de su pueblo, en zona rural de Tumaco, donde tenía casa propia. Sus padres eran dueños de una tierra en la que cultivaban el pancoger. “Comida no faltaba, pero las amenazas de la guerra de otros nos hicieron daño, nos mataron a unos familiares y salimos disparados. Unos para Cali, otros para Popayán. Hasta en Ecuador tengo dos hijas. Y otros estamos aquí en Bogotá, saliendo adelante”, dice.
A Idelfonso no lo tocó la guerra, pero sí el fin de la minería en Andagoya, cabecera urbana del municipio Medio San Juan, jurisdicción del departamento del Chocó. “Yo crecí en un pueblo que tuvo todo, como lo describió Gabriel García Márquez en una historia emblemática que los viejos siempre nos han recordado. Pero cuando se acabó la empresa minera, se apagaron las esperanzas de crecer en el pueblo”, es su relato.
En Andagoya funcionó la Chocó Pacífico, una empresa minera extranjera, próspera, que cerró en 1993 y pasó a manos de colombianos. En ese momento Idelfonso tenía 18 años de edad. Era apenas un chico al que los sueños se le comenzaron a escurrir como agua entre las manos. Un año después migró a Bogotá.
Idelfonso Ibargüen espera el desayuno en uno de los restaurantes del parque de Andagoya, su pueblo natal.Foto:
Sara Castillejo Ditta / Unidad de Datos
POR: EL TIEMPO