
Después de ser vendedor, se convirtió en la persona a cargo de velar por los derechos de ellos.
Hace 34 años, Libardo Asprilla consiguió unos pesos, empacó algunas cosas –pocas para no encartarse–, se despidió de Silveria y Libardo, sus padres, y salió de Tagachí, un corregimiento de Quibdó a orillas del río Atrato, para aventurarse en Bogotá.
Llegar a la ciudad no fue fácil. Con 17 años –aunque no había dinero, no conocía a nadie, ni a la ciudad–, lo más difícil fue acostumbrarse al frío. Era un joven robusto, de río, de piel morena, de fútbol a pie limpio sobre arena caliente, por eso la lluvia y las heladas de la mañana de Bogotá le embutieron una sinusitis que casi lo devuelve para su tierra, pero tenía sueños que cumplir.
Rápidamente encontró un hostal en La Concordia, en el centro de la ciudad, donde pagaba 200 pesos la noche. Allí, un compañero de habitación empezó a hacer palitroques, unos palitos de harina cubiertos por chocolate, que vendía en la calle.
“Yo iniciaba a trabajar en La Candelaria, por todo el sector de la 7.ª, en la plaza de Bolívar. Llegaba hasta la torre Colpatria, y recuerdo que visitaba Las Cruces, donde había mucha concentración popular porque se hacían torneos de microfútbol y eran muy concurridos. Yo llegaba y vendía como pan caliente”, cuenta Libardo, el hoy director del Instituto para la Economía Solidaria (Ipes), la entidad a cargo de velar por los derechos de los vendedores informales, de los que él hizo parte por mucho tiempo.
El sueño de este hombre era estudiar, sus papás así se lo inculcaron siempre, y se esforzó por conseguirlo. En la Universidad Nacional no podía estudiar, porque el horario era diurno y tenía que trabajar para sobrevivir. Así que buscó una opción laboral para costear sus estudios. Un día, recuerda, se abrió la posibilidad de trabajar como mensajero en un banco. El mismo día de la entrevista fue contratado. Se inscribió a Economía en la Universidad Cooperativa. Trabajaba de día y estudiaba de noche.
En su nuevo trabajo fue responsable, honesto y mostraba habilidades con los números, por lo que pronto fue escalando en el banco, hasta llegar a convertirse en ejecutivo medio. En ese lugar trabajó cinco años, lo que tardó en sacar su carrera, hasta que se ganó una convocatoria de fomento microempresarial.
“Accedí a un crédito, me prestaron ocho millones de pesos y así monté la pescadería Su Costa, en La Candelaria, en la calle 12 con carrera 6.ª. Ahí ya empieza un despegue económico importante. Empiezo el restaurante, donde no solo llegaban clientes, sino muchachos buscando oportunidades”, relata Libardo, quien comienza a hablar de otra de sus pasiones: el fútbol.
Si se lo hubiera propuesto, habría sido un gran futbolista, pero prefirió ayudar a otros a lograrlo. Su restaurante se convirtió en un sitio al que llegaban jóvenes del Pacífico buscando un trabajo y una oportunidad de mostrar su talento.
Libardo les ayudaba en ambas. Los contrataba de meseros, y en las tardes les daba el espacio para que entrenaran, incluso organizaba torneos para mostrar a sus pupilos.
Uno de los jóvenes que pasó por sus manos fue Wason Rentería, el exfutbolista que supo brillar en equipos como Millonarios, Porto y Sporting Braga de Portugal, y otros de Brasil, Argentina y Francia. También en la Selección Colombia.
Su vocación de servicio lo llevó a preocuparse por los asuntos de seguridad de La Candelaria, y pronto fue invitado por la comunidad para que se lanzara como edil de esa localidad, cargo al que llegó en 1998, en la primera alcaldía de Enrique Peñalosa.
Desde ese momento decidió especializarse y redoblar su acompañamiento a procesos sociales.De pescar a dirigir el Ipes
Uno de los recuerdos más preciados de Libardo pertenece a su infancia, cuando tenía 4 o 5 años. Su pueblo se había inundado y salió en la canoa a pescar por primera vez.
“Me adentré, tiré el anzuelo y la demora fue tirarlo para que lo agarrara el pez, cogí un ‘dentón’, que tiene unos dientes grandes y muerde muy fuerte. Pero recuerdo el forcejeo, esa faena que tuve para poderlo embarcar, es de los acontecimientos de mi vida que nunca se me borran de la mente”, desempolva un recuerdo que deja ver el espíritu aventurero y decidido de un niño chocoano, que ahora es el director del Ipes, desde el que, dice –con una sonrisa que no se le borra de la cara–, espera seguir ayudando a quienes lo necesitan.

Una de las pasiones de Libardo en su natal Tagachí, en el departamento de Chocó, es la pesca.Foto:
Archivo particular
Dentro de las tareas que tiene que afrontar Asprilla ahora en su nuevo cargo es sacar adelante el censo de los vendedores ambulantes, que, según contó, va adelantado y ya deja ver algunos datos claves sobre quienes se dedican a las ventas informales en Bogotá.
“Se estima que hay 85.000 personas trabajando en el espacio público, vendedores informales que hacen parte de nuestra economía social. Llevamos, de esa estimación, más de 1.300 visitas. Ya llevamos censados 50.657 personas que están debidamente caracterizadas”, explicó.
Dentro de sus otras prioridades estará sacar adelante la articulación con los informales en medio del proceso de peatonalización de la carrera 7.ª, combatir las conocidas mafias del espacio público, fortalecer los servicios de las 19 plazas de mercado de la ciudad, entregar cerca de 200 quioscos nuevos de los 634 que hoy están en el espacio público e impulsar los mercados campesinos de las zonas rurales de la ciudad.
ÓSCAR MURILLO