El arte de luchar contra las balas en Chocó

QUIBDÓ, CHOCÓ

Ifigenia Garcés ha construido en Mojiganga una escuela que les enseña a niños y jóvenes de Quibdó, a través del teatro, que la violencia no tiene que ser la regla en sus vidas. .

Los aplausos se escuchan al unísono, un golpe entre palma y palma, y después un grito: “¡Queremos!” Una y otra vez el acto se repite con más intensidad. “¡Queremos!”. Ahora el grito es más nostálgico. Parece la añoranza de un país en paz que no llega. “¡Queremos!”. Ahora es un grito lleno de rabia. Alrededor todos miran, mientras cada aplauso suena un poco más fuerte. “¡Queremos!” Este es el grito que cada mañana, a las 8 en punto, hacen los integrantes de la Escuela Cultural Mojiganga, en la plazoleta que está al frente de la biblioteca ‘Arnoldo Palacio Mosquera’, en Quibdó.

Allí, cerca de 15 jóvenes de todas las edades gritan y alzan sus voces contra la violencia que se vive en la ciudad. Esto fue posible gracias a Ifigenia Garcés, que hace 10 años tomó la decisión de que con el arte y la cultura transformaría su región y narraría sus pesares y sus alegrías.

Su padre es de Istmina y su madre, de Andagoya. Por sus venas no solo corre el río Atrato, también corre el San Juan. Es chocoana hasta la médula y quiere llevar a todas las personas a que conozcan un pedazo de su tierra. De joven quiso ser abogada, pero la llamó el baile, el canto y el deseo de expresar con su cuerpo sus sentimientos.

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En Quibdó Ifigenia se encontró con una ciudad llena de historias que contar a través del arte y la cultura.

©Mateo Medina Abad

Ifigenia tiene claro que su vida, a diferencia de la de muchos de sus estudiantes, fue muy privilegiada. Estudió casi toda su infancia en Quibdó, terminó su bachillerato en Pereira y trabajó durante varios años como actriz en Villavicencio. Desde la lejanía, supo que debía hacer algo por su departamento.

Volvió a Quibdó y, desde entonces, no ha querido irse. Es un acto de resistencia y entrega a todos los chocoanos que han tenido que dejar sus municipios por cuenta de la violencia y han llegado a la capital del departamento. Por eso en 2010 formó la Escuela Cultural Mojiganga, donde cientos de niños han dejado su historia reflejada en el baile, el canto y la actuación.



Ellos tienen la valentía de venir a contar todo lo que pasa a su alrededor y eso hace parte de las historias que se construyen en Mojiganga. Acá lo sueltan, lo canalizan, lo digieren y lo transforman una y mil veces. Lo convierten en arte”, cuenta Ifigenia sobre estos pequeños, que han sobrevivido a masacres, enfrentamientos y desplazamientos.

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Durante sus ensayos, cada uno de los integrantes de Mojiganga entrega todo de sí para la presentación.

©Mateo Medina Abad

En Mojiganga, buena parte de las expresiones artísticas se construyen a partir de la identidad que ha definido al Chocó por años. “Los chicos tienen como una referencia clara nuestra ancestralidad africana, indígena y mestiza, y todo eso está puesto ahí en escena”, dice Ifigenia.

Todos los integrantes de Mojiganga, entre los que hay afros, indígenas y mestizos, leen por lo menos dos libros al año y siempre hay un autor chocoano entre los seleccionados. Para Ifigenia es clave que los niños reconozcan el valor de la historia de su departamento y de sus ancestros, sobre todo contada por ellos mismos.

“Es muy complejo que todo lo que se  comunica en el espacio visual, sonoro o escrito no se parezca en nada a ti. Yo quiero que los niños crezcan y se den cuenta de que ellos están incluídos en un abanico de colores y que hay grandes artistas como ellos”, explica esta mujer, que tiene como meta dar a conocer a los mayores exponentes del arte, la literatura y la ciencia chocoana.

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Ifigenia desde el 2010 ha transformado la vida de miles de niños a través del teatro.

©Mateo Medina Abad

Sus padres y sus abuelos le inculcaron ese amor por su tierra, por su color de piel y por las historias que construyeron a Chocó. Pero también le enseñaron a usar el cuerpo para alzar la voz, para pararse ante las injusticias y el dolor que en muchos casos se ha vuelto parte del paisaje en el departamento. Hoy recuerda cuando de pequeña veía a su padre bailar y cantar en las fiestas patronales mientras protestaba con alegría contra el olvido del Estado, la muerte y el miedo.

La disputa entre guerrilleros, paramilitares y bandas criminales en la que ha estado sumido el departamento ha moldeado buena parte de su historia y sus emociones. El teatro para Ifigenia es una forma de hacerles frente a esas injusticias y alejar a los jóvenes de esa realidad convulsionada que la rodea.

“Si la violencia es constante —sentencia Ifigenia— nosotros tenemos que ser constantes. No podemos desfallecer en nuestra lucha. Tenemos que estar al unísono narrando nuestras vidas con amor porque, de lo contrario, vamos a seguir narrados desde afuera, donde solo ven la tristeza”.

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Durante el ejercicio Ifigenia dirige todo el performance de manera atenta: es un grito por la vida y por la paz.

©Mateo Medina Abad

Con esfuerzo se ha dedicado a enseñarles a cada integrante de Mojiganga que el cuerpo es el primer territorio y la violencia lo inhibe y le quita su libertad pues lo convierte en un caparazón. La responsabilidad de cada persona, les dice, es salir de ese estado y dialogar con lo que les pasa: la libertad y la paz comienzan en el cuerpo.

En cada obra que montan y en cada performance que realizan, Mojiganga tiene ese objetivo claro: que el cuerpo le sirva a la mente para liberarse de las cadenas que lo paralizan. Saben, porque lo han experimentado, que la música, la pintura, el baile y el teatro, transforman.

Así lo han vivido desde el 2010, y así lo viven hoy con ‘Apunten’, una obra que Ifigenia escribió luego de uno de esos tantos asesinatos con los que les toca vivir a los quibdoseños. La obra es un manifiesto contra la violencia y contra el silencio que deja una muerte.

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Juan David Berrio, integrante de Mojiganga, fue parte clave en la obra ‘Apunten’, escribió la última parte.

©Mateo Medina Abad

“¡Que Dios los perdone! A los políticos que no invierten los dineros en su pueblo marchante. ¡Que Dios los perdone! A los que apuntan muerte y no bondad y vida. ¡Que dios nos perdone! A aquellos que no tuvimos la suficiente valentía para alzar la voz y decir basta”, es un fragmento de la obra que nace de los paros donde Ifigenia dejó su alma en cada arenga, pero el cambió nunca llegó.

Con algo de frustración, pero con la convicción de que esa paz esquiva llegará, los jóvenes han practicado la obra y han ido cada día, a las 8 de la mañana, a interpretarla al frente de la biblioteca ‘Arnoldo Palacio Mosquera’. Saben que las balas siguen sonando, pero trabajan desde sus cuerpos —sus territorios más íntimos— para apagarlas. “Queremos volver a reír, no queremos volver a llorar. Queremos volver a sentir que aquí reina la paz”, dice la canción del joven Juan David Berrio con la cual terminan la presentación.

POR: SEMANA RURAL

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